El laberinto de la rosa
The rose LabyrinthTitania Hardie
Traducido por Luisa Borovsky
Suma de Letras
429 páginas
Argumento:
Una
madre lega a su muerte una llave a su hijo Will con la siguiente nota:
'Para Will, cuando sea algo o alguien que no es ahora'. Pocos meses
después, mientras la australiana Lucy espera un trasplante de corazón
en Londres, Will recorre Europa en su moto intentando descifrar las
pistas del antiguo documento y encontrar el cofre que abre la llave. En
su camino se meterán unos americanos que quieren ser raptados al cielo
por Dios...
Comentario:
Creo
sinceramente que esta novela es de las que se venden por puro
marketing, ya que no hay nada en su contenido que explique su éxito. Ni
añade nada nuevo al género de misterios esotéricos ni hace revelaciones
escandalosas que "puedan poner en peligro a la Iglesia" (salvo ciertas
críticas a los integristas cristianos, pero no a los católicos
precisamente). Tampoco la prosa es brillante, por no hablar de la
construcción de la obra, a veces muy confusa. Eso sí, la portada destaca
y le han incluido un bloque como de textos esotéricos que imitan el
legado de los protagonistas, y que puedo decir que claramente no sirve
para nada.
SPOILERS
La
acción tiene lugar en dos épocas distintas. O mejor dicho, en nuestra
época con algunas incursiones al pasado, a los años de John Dee, un
afamado esotérico (y más cosas) de la corte isabelina (de Isabel I de
Inglaterra), donde también podemos ver a Shakespeare, cuya obra tiene
importancia en el argumento. A veces el pasado y el presente confluyen,
como en cierta escena donde la protagonista femenina, Lucy, contempla
unas barcas en un río, y al propio Dee. Como en
El Círculo Mágico, de la
madre de los bestsellers esotéricos, Katherine Neville, los personajes
de ambos períodos guardan una cierta relación de parentesco. Casi todos
los personajes del presente, por lo de más, están relacionados por lazos
más o menos familiares (o amorosos, cuanto menos), incluyendo una
hermana oculta que surge al final sin saber muy bien por qué.
Al
estilo de Hitchcock en "Psicosis" la autora nos situa al principio de
la novela siguiendo a Will, un joven independiente y aventurero que
viaja por Europa en moto (una Ducati, concretamente) en busca de unas
pistas o algo relacionadas con el legado de su madre (descendiente de
John Dee, el cual parece ser que dejó unos cofres y unos pergaminos, y
una llave), y que a las primeras de cambio, sufre un accidente
(inducido, claro) y muere, aunque su presencia a lo largo del libro es
muy intensa. A partir de ahí la acción pasa a otros personajes, Alex,
el médico hermano de Will, su ex novia Sian, su primo Calvin y sobre
todo Lucy, una paciente de Alex, a la que le transplantó un corazón
(adivinen de quién... daré pistas, la operación fue el mismo día de la
defunción de Will...)
Si bien ya desde el principio las
descripciones son bastante melifluas (por no hablar de lo prolijas y
agobiantes, amén de banales) con la irrupción de Alex y Lucy se agrava
la situación, alcanzando la novela la categoría de "rosa" (nunca mejor
dicho) o "romántica". Una buena parte de la historia consiste en
reflejar las relaciones entre estos dos personajes arquetípicos del
género (un médico y la paciente que se enamoran, ejem), las dudas de
ella sobre si deben salir o no, sus citas... Lógicamente, los personajes
están en consonancia con tanto almíbar, y son todos idealizados,
guapos, inteligentes, íntegros, buenísimos, sin asomo de mezquindad o
defectos morales o físicos. Incluso los malos, tratados muy brevemente,
no lo parecen tanto, y más bien se les considera un poco "fanáticos".
Dos párrafos de ejemplo:
Ella
jamás le había increpado de esa manera, pero acusó el golpe y supo de
sopetón que le habían dicho la verdad. Nadie mejor que ella sabía que
Alex había ocultado sus sentimientos, que era un actor consumado. Una
vez más, había relegado su propio dolor por alguien, que, según creía,
necesitaba de su fortaleza. Su benevolencia había prevalecido, como
siempre. Grace la había acusado con toda justicia de estar egoístamente
sumergida en su propio drama. Ella misma advertía que al replegarse en
sí misma no hacía más que repetir los esquemas del pasado, pero no
lograba encontrar la salida. No obstante, o tal vez como consecuencia de
esta realidad, había evitado a Alex durante los días previos a las
festividades de Pascua. Se había sumergido en el trabajo, sabiendo que
él haría lo mismo.Sus
manos subieron reverentemente para recorrer con dedos sensibles la
cruel cicatriz que dibujaba una curva alrededor de su pecho izquierdo,
desde la costilla hasta la clavícula. Lucy reprimió un grito, sintió
deseos de llorar.
-Es tan fea...
-Al contrario, es hermosa -la contradijo Alex-. Te salvó.
Y
con sus besos recorrió lentamente toda la herida. Luego los labios y el
cálido aliento de Alex rozaron el cuello de Lucy y volvieron a
encontrarse con su boca.
Esta vez el deseo fue incontenible; la
pasión, urgente. Lucy anhelaba con todos sus sentidos el calor de su
cuerpo, la demora era una agonía, el placer era casi doloroso.La
autora es fanática también, pero de la descripción. Nos lo cuenta todo,
el color de la ropa, telas, peinados y maneras de moverse, el tipo de
belleza de los personajes femeninos (hace una contraposición entre la
belleza "clásica" de una de ellas y la de la otra)... Es decir, es una
forma de escribir que se pierde en lo accesorio, mientras evita incluir
cualquier carga de acción, dramatismo o giro narrativo.
El
argumento tampoco está nada claro. Hay una serie de frases enigmáticas
con juegos de palabras que involucran a Will, a Shakespeare y al verbo
inglés "will", y luego, una elucubración sobre el número 34 que es
literalmente increíble (es decir, que encaja con los personajes a la
perfección, de un modo casi mágico: el prota tiene 34 años, la bandera
de Kansas tiene un girasol con 34 hojas...). Los personajes no
investigan realmente, se limitan a soltar rollos más o menos ingeniosos
que hacen encajar cosas en apariencia diferentes (hasta logra meter a El
Mago de Oz, la mitología griega, la familia de los personajes, obras de
Shakespeare, Coleridge...) Llega un momento en que no sabes lo que está
pasando, ni quien tiene las llaves, o si hay varias, qué pasa con los
retratos de cierta dama, y los cofres... Lo único que tienes claro es
que los malos quieren el legado de Dee para sus propósitos turbios, y
que Alex y Lucy están enamorados.
La propia autora en la presentación de su libro insiste en que se trata de una
novela de amor:
"
Con
este telón de fondo he tejido una historia de amor moderna. De la misma
manera que Shakespeare hacía alusiones veladas a los regímenes
políticos y los problemas sociales de su tiempo y su realidad por medio
de historias, comedias y tragedias que se desarrollaban en otros tiempos
y realidades, El laberinto de la rosa explora algunas tramas paralelas
entre el mundo de ansiedad religiosa y cambios sociales de Isabel y el
nuestro. Lo he escrito con el formato de una comedia de Shakespeare,
¡aunque no con su estilo lingüístico!: tres parejas de amantes entran en
un laberinto en el que sus emociones, su conciencia y su manera de ver
las cosas sufrirán una metamorfosis. Es sobre todo una historia de amor
que comprende la búsqueda del legado secreto que dejó a uno de sus
descendientes John Dee, un hombre del que se decía que podía hablar con
los ángeles. Pero también es, de manera crucial, la búsqueda del
significado de la Rosa, la búsqueda de la hermandad entre los hombres.
La heroína es Lucy, una joven de talento, en la que una serie de
circunstancias inusuales provocan una respuesta alterada al mundo en el
que vive. Si bien es un cuento delicado y femenino, también sugiere que
el bien máximo proviene de una mezcla especial de aquellas cualidades
que consideramos “femeninas” junto con las que pensamos que son
“masculinas”. Hombre y mujer se unen para descubrir las máximas
realizaciones personales. La novela es un misterio romántico, un
llamamiento para que hagamos trabajar unidas diferentes energías e
ideas; no sólo lo masculino y lo femenino, sino también aquellas que son
distintas en lo espiritual y lo cultural."
Es una autora
muy simbólica y se observa que también muy leída. Hay alusiones
culturales muy abundantes, con citas de autores incluso de fuera de su
órbita lingüística como García Márquez, cuyo Cien años de Soledad, está
relacionado en esta historia con el "Rapto", la teoría que mantienen los
fanáticos religiosos (en el libro de G. Márquez un personaje es
"raptado" o ascendido al cielo por su espiritualidad). El "Rapto" es el
núcleo del razonamiento de los "malos". Según sus ideas, los buenos
fieles serán arrebatados por Dios a los cielos antes del Apocalipsis,
que ellos desean, claro está. Bajo el argumento banal de la novela se
percibe un mensaje o moraleja relacionado con las diferentes visiones de
la religión. Por un lado están los fanáticos egoistas que desean
salvarse a sí mismos y les da igual lo que le ocurra a los demás, y por
otro, los que propugnan el "amor", una idea un poco new age, de
integración de todas las religiones, y por la cual se inclina la autora.
Al final del libro, hay incluso una nota de la misma, donde nos habla
del peligro de los integristas cristianos y de Bush, al cual rechaza
totalmente (en alguna entrevista lo he leído).
La historia es
muy aburrida y en algunas partes parece un compendio de saberes
esotéricos que no son enrevesados pero que ella, al mezclar y
relacionar, los hace completamente indigeribles. En su afán simbolista
llega a hacer que el corazón que Lucy lleva (el de Will) tenga casi un
alma propia que la contamina y le hace ser carnívora cuando era
vegetariana, o zurda cuando era diestra. El corazón como residencia del
Alma es una idea aristotélica, creo. La autora lo explica aludiendo a la
"memoria celular", una teoría "ciéntifica" que ella misma reconoce como
"discutida".
Es decir, una mezcolanza romaticona, sentimental y
pseudoesotérica con un mensaje a favor del amor, los buenos
sentimientos, la unión entre religiones... Solo le faltó mencionar a ZP y
a su alianza de civilizaciones para culminar. Me ha costado un triunfo
terminarlo, la verdad. Y pensar que
El Juego del Angel lo terminé en dos
días siendo más largo...
La autora Titania Hardie, una novata,
es australiana como la protagonista (qué raro...) y según dicen sus
biografías, es experta en
magia, adivinación, folklore y esoterismo...
Leer primer capítulo: Prólogo
Abril de 1600, día de San Jorge, en una posada en el camino a LondresUn
anciano de barba blanca como la nieve se sienta a la cabecera de la
mesa situada junto al fuego de un comedor. Mantiene la cabeza gacha y
aferra un objeto oscuro y brillante con los finos dedos de su mano
derecha. Ante él tiene una mesa cubierta de pimpollos de Rosa mundi, con
sus pétalos blancos salpicados de rosa intenso, por lo cual quienes se
acomodan en torno a ella saben que cuanto ocurra allí es secreto, la
unión del espíritu y el alma de todos los presentes y el nacimiento de
algo único, por el cual esperan: el Hijo del Filósofo. Ellos permanecen
reunidos en silencio a la espera de sus palabras, a diferencia de los
huéspedes de las habitaciones contiguas de la posada, que arman un gran
bullicio detrás de las puertas cerradas a cal y canto. Una puerta se
abre y se cierra con suavidad, y un arrastrar de pies rompe de pronto el
silencio. Un sirviente pasa casi desapercibido al entrar y deposita una
nota en las delicadas manos del anciano. Él la lee con lentitud, frunce
el ceño y en su frente alta, sorprendentemente lisa para un hombre de
su edad, se dibuja una arruga sombría. Después de un largo rato, observa
una por una las caras de quienes se reúnen en torno a la larga mesa y
habla al fin con una voz apenas más audible que cuando pronuncia la
oración de vísperas.
-Hace algún tiempo, en el mes de las luces, el
Signor Bruno fue quemado en la hoguera en Campo dei Fiori. Le habían
concedido cuarenta días para abjurar de sus herejías: afirmar que la
Tierra no era el centro de este universo, que había muchos otros soles y
planetas más allá del nuestro, y que la divinidad de nuestro Salvador
no era tal, en sentido estricto. Los monjes le ofrecieron besar un
crucifijo en señal de arrepentimiento por los errores cometidos, pero él
miró hacia otro lado. Como muestra de piedad, las autoridades
eclesiásticas colocaron un collar de pólvora alrededor del cuello antes
de encender el fuego para que explotase y de ese modo acelerar el fin.
También le fijaron la lengua a la mandíbula para impedir que siguiera
hablando. -El anciano dirige la vista a cada uno de los hombres con
quienes comparte la cena y espera unos instantes antes de retomar la
palabra-. En consecuencia, ahora la trama comienza a desvelarse para
algunos de nosotros, y aquí comienza otro viaje. -Sus ojos se dirigen a
un hombre encorvado sobre una jarra, situado al otro lado de la mesa, a
la izquierda. Su vecino le propina un leve codazo y le susurra un aviso
para alertarle acerca de la mirada del hombre que habla, puesta
únicamente en él. Los dos hombres se miran, como petrificados, hasta que
el más joven permite que una sonrisa a medias suavice sus rasgos, lo
cual impulsa al anciano a seguir hablando con aplomo-. ¿Existe alguna
manera de utilizar la fuerza implacable de nuestra inteligencia para
mantener sus ideas de amor y armonía universal tan frescas como el
rocío? -pregunta con un tono más enérgico-. ¿Será posible que triunfen
'Los trabajos de amor perdidos'?
1
El
canto de un mirlo interrumpió su sueño inquieto a pesar de que las
contraventanas de la casa de campo seguían cerradas a cal y canto. Will
había llegado a última hora de la tarde, cuando la tenue luz crepuscular
de septiembre se había desvanecido, pero el brillo de la luna le había
bastado para encontrar la llave de la casa, oculta entre los geranios.
Se despertó en medio de la oscuridad, aterrado y extrañamente
desorientado, a pesar de que un minúsculo haz de luz lograba abrirse
paso hasta el interior de la habitación. La mañana había llegado sin que
él lo advirtiera.
Se levantó de un salto y se esforzó por abrir
los pestillos de la ventana, pero la madera se había hinchado a causa
del clima lluvioso y las persianas permanecieron atascadas unos
instantes antes de que descubriera el modo de enrollarlas. Una intensa
luz le bañó de pronto en cuanto lo consiguió. Era una perfecta mañana de
principios de otoño, los rayos de sol atravesaban ya el velo de niebla
baja. El aroma a mirra de las rosas penetraba en la casa junto con la
luz y el aire húmedo, mezclado con un característico matiz de lavanda
francesa procedente de algún cerco de setos ubicado más abajo. Junto con
la fragancia se deslizaban recuerdos verdaderamente amargos, pero al
menos restablecían cierta sensación de calma y apartaban de su mente los
rostros fantasmales que habían poblado sus sueños.
Aunque la
noche anterior había olvidado encender el calentador eléctrico, estaba
desesperado por ducharse para quitarse el polvo del largo camino
recorrido desde Lucca. El agua fría le pareció refrescante. Se lamentó
sólo porque el calor habría aliviado la rigidez de su cuerpo. La Ducati
998 no era una moto adecuada para hacer turismo, sin duda. Era tan
quisquillosa como una supermodelo. Resultaba estimulante conducirla
porque se adecuaba a la perfección al talante y la excentricidad de
Will, al ser increíblemente rápida y absurdamente exigente. Sin embargo,
si debía ser honesto, era incómoda después de recorrer largos tramos
sin descanso. Sentía las rodillas un poco apretujadas dentro de la ropa
de cuero al llegar la noche, pero decidía ignorarlo. Esa clase de
transporte no era apta para pusilánimes.
La imagen de su rostro
en el espejo le confirmó la opinión materna, que lo consideraba «un
ángel un poco caído». Sus facciones guardaban cierta semejanza con las
de los extras de las películas de Zeffirelli, con la mandíbula delineada
por una sombra de barba. Rió al comprobar que su aspecto actual habría
inquietado incluso a su madre. Había algo maniaco en el rostro que se
carcajeaba frente a él y se percató de que no había logrado evitar que
los demonios de ese viaje se acercaran demasiado a su alma.
Se
recortó la barba de varios días en lugar de afeitarse, y mientras
limpiaba el jabón de la máquina de afeitar, de pronto, vio, junto al
lavatorio, una rosa algo marchita, perfectamente disecada en un antiguo
frasco de tinta. Tal vez su hermano Alex hubiera estado allí con alguien
en las dos últimas semanas. Sonrió, intrigado ante esa posibilidad. En
los últimos tiempos, él había estado tan absorto en sus pensamientos que
apenas sabía qué hacían los demás.
-Le llamaré cuando anochezca
-se prometió en voz alta, y se sorprendió al oír el tono poco familiar
de su propia voz-, en cuanto llegue a Caen.
El transbordador salía casi a medianoche. Antes, quería hacer algunas cosas.
En
la cocina, alumbrada por la serena luz de la mañana, comenzó a
relajarse, por primera vez en varias semanas. Fue desprendiéndose de la
vaga sensación de inquietud que lo había acosado últimamente. Desde el
huerto, a través de la puerta abierta llegaba el olor de las manzanas,
trayendo consigo el reconfortante recuerdo de los treinta y un otoños
que había disfrutado antes de aquél. Había ido de un lugar a otro, había
conocido infinidad de personas, pero se sentía a gusto en casa. Enjuagó
la copa manchada con el vino rojo que había bebido la noche anterior y
puso en el horno el resto de su barra de pan francés a fin de que
recuperara su textura. Decidió ir a cerciorarse del paradero de la moto,
ya que apenas recordaba dónde la había dejado. La perspectiva de hallar
refugio era lo único que le había mantenido en movimiento durante esas
últimas horas extenuantes, durante las que había viajado a toda
velocidad desde Lyón, un amparo que se materializaba en el áspero y
picante Meaux brie que junto con una baguette había puesto en su
mochila, una copa de St. Emilion de su padre y una cama.
Una
calma plácida reinaba en el exterior. Las últimas glicinias trepaban por
la fachada de la casa. La casa había permanecido deshabitada durante
muchos meses, pero no había evidencias del momento doloroso que
atravesaba la familia, salvo algunos indicios superficiales de abandono,
como el césped sin cortar y el sendero sin barrer. Daba la impresión de
que nadie quería visitarla después de la repentina y terrible pérdida
de la madre de Will a causa del cáncer, a finales de enero. Ella podía
llegar fácilmente hasta allí cualquier fin de semana largo desde la casa
de Hampshire. Había sido su guarida, su refugio. Le gustaba pintar y
dedicarse a la jardinería en esa casa. Su fantasma acechaba en todos los
rincones aun en ese momento, a plena luz del día. El padre de Will
sufría en silencio, hablaba poco y trabajaba más que nunca para no
pensar demasiado. Y Alex aparentemente prefería afrontar los
acontecimientos sin dar a conocer sus sentimientos íntimos, pero Will se
enorgullecía de ser como su progenitora: emocional para afrontar la
vida y apasionado en las relaciones. Y allí, en el lugar encantado de su
madre, la echaba de menos.
Recorrió con la vista el corto
sendero cubierto de guijarros que iba desde el camino hasta la puerta.
Nada fuera de lo común le llamó la atención. Si bien la soledad era casi
deprimente, la agradeció. Al parecer, nadie sabía dónde estaba ni se
preocupaba por conocer su paradero. Al menos, hasta ese momento.
Involuntariamente, jugueteó con el pequeño objeto de plata que pendía de
la cadena que le rodeaba el cuello; de pronto lo aferró posesivamente.
Luego fue hacia el jardín de rosas de su madre. Ella había pasado más de
veinte años formando una colección de rosas antiguas en homenaje a los
personajes ilustres que habían cultivado esas especies; en Malmaison se
habrían sentido verdaderamente como en su casa. Su madre había pintado,
bordado y cocinado en compañía de esas rosas. Si habían advertido que
ella ya no estaba, no se lo habían dicho a nadie. Cuando él era pequeño,
ella había levantado con sus propias manos una fuente entre los
arriates. Era una espiral con una imagen de Venus, patrona de las rosas,
en el centro y con un mosaico brillante, formado con trozos de
porcelana. Ejercía una atracción magnética sobre él.
Will
comprobó distraídamente que la moto de color amarillo brillante estaba
sucia a causa del largo viaje pero completamente a salvo, a la sombra,
junto a la casa. Volvió sobre sus pasos. Mientras entraba en la cocina,
el aroma a buen café lo transportó de nuevo al presente. Pasó sus manos
por los rizos despeinados. Su cabello estaba limpio y el aire cálido ya
lo había secado, pero necesitaba con urgencia un buen corte. Sería mejor
que se ocupara de eso antes del almuerzo del domingo, cuando se
celebraría el cumpleaños de Alex. La relación con su padre ya era lo
bastante fría sin necesidad de que tuviera el aspecto de un vagabundo.
Su
hermano era más rubio, tenía el cabello más lacio, siempre estaba
aseado y cuidado, y Will, después de haber pasado un mes en Roma, había
comenzado a parecerse a los habitantes de esa ciudad, lo cual le
agradaba, pues le gustaba mezclarse con la gente de cualquier lugar
donde estuviera. No había manteca, pero en la despensa descubrió la
última tanda de mermelada que había preparado su madre y untó el pan
caliente con una cantidad generosa. Mientras se lamía el pulgar, vio en
el aparador una postal que le llamó la atención. Indudablemente, era su
caligrafía. «Para Will y Siân», ésas eran sus primeras palabras. La tomó
entre sus manos. ¿Cuándo la habría escrito?
Para Will y Siân.
Procurad descansar unos días. Queda un poco de carne de venado en el
congelador, quizá podáis aprovecharla. Por favor, atended el parterre
por mí. Nos vemos en casa para la Navidad. D.
Seguramente en
noviembre. Él y Siân se habían pasado a la greña la mayor parte del año
anterior y se habían separado a finales del verano. La relación había
sido conflictiva desde agosto, cuando él cumplió los treinta y uno. La
exigencia incesante de compromiso por parte de Siân le había persuadido
de que era mejor abandonar la idea de pasar una semana juntos en la casa
de Normandía. Por aquel entonces, ella no tenía otros amigos en el
lugar y dependía por completo de él al no hablar ni una palabra de
francés, por lo que, en ese momento, Will dudó de que la relación
pudiera prosperar. En consecuencia, nunca habían acudido allí para
recoger la nota, recorrer el jardín de hierbas medicinales de su madre o
compartir una última cena en el Pays d'Auge.
Sonrió al pensar en
ella. Su disgusto se había aplacado después de tres meses de viaje.
Siân era de una inusual singularidad, no era una chica que le gustara a
cualquiera, pero en cierto modo esa cualidad la volvía doblemente
atractiva para él, y de pronto, imprevistamente, añoró su cuerpo, como
si advirtiera por primera vez el espacio vacío que había dejado en la
cama y en el corazón, pero dejando de lado la pasión, el núcleo de
aquella relación, sabía que la decisión de ponerle fin había sido
correcta. Era un amor de primavera y la estación había cambiado. Él no
era comprensivo ni pragmático como Alex, no siempre llevaba a buen
término lo que emprendía y nunca podría ser el marido que deseaba Siân,
el hombre exitoso, el que iría con ella de compras a Conran Shop los
domingos, el enamorado capaz de vender la Ducati para comprar un Volvo.
Ella había manifestado pasión por su rebeldía, pero había intentado
domesticarle desde el primer momento. A Will le divertía cocinar para
ella, hacerla reír y hacerle el amor como nadie lo había hecho, pero
sabía que no sería capaz de anular su personalidad para silenciar las
vehementes opiniones políticas que siempre habían provocado violentas
discusiones con sus estúpidas novias y sus dóciles compañeros. En suma,
sería incapaz de vivir en un mundo seguro y, desde su punto de vista,
insípido. Estaba decidido a llevar una existencia intensa a cualquier
precio.
Miró el anverso de la postal y vio el rosetón central de la
catedral de Chartres. Su madre lo había pintado más de una vez, desde
dentro, desde fuera. Le gustaba la luz que se filtraba a través de los
cristales, la manera en que penetraba en la oscuridad y hacía arder los
ojos.
Jugó unos minutos con su teléfono móvil. Ya estaba cargado
y, sin apartar la vista de la tarjeta, escribió un mensaje a su hermano.
¡Al
fin han invadido Normandía! ¿Has estado aquí últimamente? Mi barco
parte de Caen esta noche a las 23.15. Te llamaré antes. Tengo muchas
preguntas que hacerte. W
Deslizó el móvil dentro del bolsillo de
su chaqueta de cuero con un movimiento suave, y ocultó la postal a la
altura del pecho junto al preciado documento que le había impulsado a
recorrer Italia durante todo el verano para realizar una frenética
búsqueda. Empezaba ya a hilvanar algunas de las respuestas obtenidas,
pero las preguntas seguían surgiendo a su alrededor de un modo
interminable, y el misterio se volvía más profundo. Dio unos pasos con
sus botas polvorientas, cerró la puerta de un portazo y depositó la
llave en su lugar secreto. Ni siquiera limpió el polvo de la moto, sólo
se puso el casco, cogió los guantes de la mochila y se montó ágilmente
en el asiento.
Necesitaría combustible para recorrer los sesenta kilómetros que lo separaban de Chartres.
Los comentarios están moderados con lo cual tardan un poco en salir. Gracias por tu opinión.