lunes, 29 de noviembre de 2010

Dama de tréboles, de Olivia Ardey


Dama de Tréboles, de Olivia Ardey
Editorial: La Esfera de los Libros S.L. (2009)
366 páginas
16,90 €

Argumento:

Ethan Gallagher gana una esposa en una partida de cartas y se la lleva a su rancho, donde han de aprender a conocerse y resolver el misterio de la identidad de Linette.

Comentario:

Esta novela sigue uno de los esquemas clásicos del género: los protagonistas se conocen, un equívoco tras otro les mantiene separados por la desconfianza pese a que se atraen, ambos tienen sucesos del pasado que han de ser resueltos y que dificultan el desarrollo de la relación, hay una antigua casi novia de él (Harriet) que no sólo no le desea ningún bien, sino que además está dispuesta a fastidiarles la vida, un montón de secundarios que cumplen distintos cometidos, desde aconsejar a Ethan y Linette a contribuir a la resolución de los escollos etc...

En este sentido la obra está bien estructurada, siguiendo los pasos lógicos, alternando la en principio difícil convivencia de los protagonistas con los personajes que influirán en su relación, desde la búsqueda de los Watts (tal vez demasiado obvia) a los intentos de separar a la pareja por parte de una vengativa Harriet Keller, cuyas intervenciones, además de ser más o menos relevantes contribuyen a no centrar tanto la atención en un romance que sigue un desarrollo adecuado y constante desde los mencionados equívocos y desconfianza del principio hasta el mutuo descubrimiento de personalidades, intercambio de confidencias, atracción física, admiración, confianza y amor inquebrantable.

Sin embargo, quizá el seguimiento de este esquema tan a rajatabla contribuya a que la historia parezca más de lo mismo, siguiendo unos cauces previsibles y convencionales en los que casi nada sorprende (tal vez la última escena de Harriet) o llama la atención.
La historia transcurre en 1884, en el oeste conocido por las películas, con una ambientación mínima en la que la mayoría de las descripciones son poco más que esquemáticas, permitiendo que la imaginación y el recuerdo de los westerns americanos suplan estas carencias, resaltando algo más las partes en que se describe la vida de Linette con los Lakota, que incluye algunos apuntes sobre sus costumbres e idioma.

El desarrollo de los personajes es irregular. Mientras muchos de los secundarios son apenas meros nombres con cometidos tan poco claros o irrelevantes que en ocasiones puede ocasionar confusión en cuanto a sus identidades, según adquieren protagonismo el desarrollo es mayor, como en Harriet o Emma y Matt Sutton (hermana y cuñado de Ethan) que tienen los cometidos más importantes, como ser confidentes de cada uno de los protagonistas, consejeros sentimentales y ejemplo de un matrimonio y familia feliz con muchos años de convivencia.

Linette y Ethan son los más complejos, cada cual con sus propios problemas y traumas que superar protagonizan algunos pasajes tiernos y emotivos (la lectura de libros, el relato de la vida de ella con los lakota y cómo comparte sus vivencias con él, las gafas que Ethan se muestra reticente a aceptar, el momento en que ella se imagina a su hija y algunos más) aunque su romance sigue un esquema algo convencional.

En resumen, una historia bien escrita y algo previsible, de lectura fácil y agradable.



*** T ***


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miércoles, 24 de noviembre de 2010

Ni de Eva ni de Adán, de Amélie Nothomb



Ni de Eva ni de Adán
Amélie Nothomb
Traducción de Sergi Pàmies
Editorial Anagrama
176 páginas


Sinopsis

La joven Amélie le enseña francés a Rinri, un chico japonés. Pronto comienzan un peculiar romance en el que cuenta más la amistad y afinidad que otra cosa.

Comentario:

Esta es una novela autobiográfica de la autora belga Amélie Nothomb, que suele intercalar novelas basadas en su vida y experiencias con otras de pura ficción. De todas formas, tanto unas como otras muestran rasgos comunes y un acusado estilo personal, que surge del carácter extravagante y original de la autora.

Como en todas sus obras, vemos una prosa depurada, lacónica, sin ser seca, pero llena de contenido. Casi pareciera que cada frase es una muestra de ingenio en sí misma, o de humor sutil, o alguna reflexión sobre cuestiones de la vida. Casi no hay ninguna frase que no tenga su gracia. La narración es muy ágil, los diálogos son extremadamente ingeniosos, y la extensión muy breve. 

Amélie nos introduce en esta ocasión en un aspecto poco tratado en sus obras, el amor, es decir, su relación con el amor. Así nos enteramos de que tuvo un novio japonés durante dos años, que tal y como se describe en el libro era todo un encanto, y además, su contraparte ideal, ingenioso y culto como ella, sensible, educado, etc. 

Más que un argumento en sí, la obra es un conjunto de anécdotas que nos van contando variados lances de esta curiosa relación de afinidad, unas más interesantes que otras. Por ejemplo, es divertida la ascensión al monte Fuji, y también los primeros capítulos donde se nos cuenta el inicio de la relación; o las descripciones que hace la autora de la familia del japonés, sobre todo de sus extravagantes abuelos. Como de costumbre, aprovecha para describir ciertas diferencias culturales con los japoneses y contar algunas de sus costumbres, desde el conocimiento que da el haber nacido y vivido en aquel país. Nothomb suele ser dura con su país de nacimiento, aunque en esta ocasión está más moderada en la crítica, y más proclive a confesar su admiración y su deseo de integrarse en tal cultura. 

A propósito de cultura, abundan las referencias literarias, cinematográficas y musicales, muy bien utilizadas en cada contexto. Aún me estoy riendo con la escena del ascenso al Fuji cuando Amèlie se identifica con Zaratustra, el de Nietzsche, y los diálogos y juegos de palabras a que da lugar este hecho. 


"Estaba en lo cierto. Más allá de los mil quinientos metros, desaparezco. Mi cuerpo se transforma en pura energía y en el tiempo que uno tarda en preguntarse dónde estoy, mis piernas ya me han llevado tan lejos que me he convertido en invisible. Otros tienen la misma propiedad, pero no conozco a nadie en quien resulte tan poco imaginable, ya que, de cerca, o de lejos, no es que me parezca demasiado a Zaratustra."
"El destino, famoso por su sentido del humor, quiso que naciera belga. Ser originaria del país llano cuando uno pertenece al linaje zaratustriano constituye una broma que te condena a convertirte en agente doble."
"—¿Cómo has hecho para subir tan deprisa? —me preguntó.
—Es porque soy Zaratustra —respondí.
—Zaratustra, ¿el que hablaba así?
—El mismo."


Al igual que en otras obras, Nothomb también hace bromas sobre su nacionalidad belga (en todas partes donde hay gente de diferentes nacionalidades ella siempre es la única belga, nunca nadie sabe dónde está su país, etc), y alude a otros de sus temas recurrentes: su hermana Juliette y el intenso vínculo que la une a ella, su obsesión por la gente delgada...

Lo que más me ha gustado de la obra es el humor tan inteligente y original de la autora, y el ingenio de sus frases y diálogos, y también las personalidades de la pareja protagonista, y su manera de narrar un romance, tan alejada de los estereotipos convencionales. Sin embargo, considero que esta novela es algo irregular, y que hay escenas que no están a la altura del resto, produciéndose una cierta apariencia de descompensación. 

Especialmente flojos me han parecido los capítulos finales, que cuentan lo que pasó tras la relación y cómo se hizo la autora famosa tras publicar su primera novela, exceptuando su reencuentro con Rinri, y su abrazo final, que certifica este sentido canto a la amistad más que al amor apasionado, cuajado de ironía y sutil humor. Esta parte parece escrita casi como un resumen o una transición, menos trabajado que el resto.

De todas formas, incluso las peores obras de Nothomb tienen un "algo" especial. 



Dejo el inicio de la novela para animar a su lectura:

"Me pareció que enseñar francés sería el método más eficaz para aprender japonés. Dejé un anuncio en el tablón del supermercado: «Clases particulares de francés, precio interesante».
Aquella misma noche, sonó el teléfono. Quedamos para el día siguiente, en un café de Omote-Sando. No entendí su nombre, él tampoco el mío. Después de colgar, me di cuenta de que no sabía cómo lo reconocería, él tampoco a mí. Y como no se me había ocurrido pedirle su número, ya no tenía remedio. «Quizás vuelva a llamarme para aclararlo», pensé.
No volvió a llamarme. La voz me había parecido joven. Tampoco era un dato muy significativo. En 1989, no eran precisamente jóvenes lo que faltaba en Tokio. Y menos en un café de Omote-Sando, el 26 de enero, hacia las tres de la tarde.
Yo no era, ni mucho menos, la única extranjera. Él, sin embargo, se dirigió sin dudarlo hacia mí.
—¿Es usted la profesora de francés?
—¿Cómo lo sabe?
Se encogió de hombros. Tomó asiento, muy envarado, y permaneció callado. Comprendí que la profesora era yo y que me correspondía a mí ocuparme de él. Le hice algunas preguntas y me entere de que tenía veinte años, que se llamaba Rinri y que estudiaba francés en la universidad. Él se enteró de que yo tenía veintiún años, que me llamaba Amélie y que estudiaba japonés. No entendió cuál era mi nacionalidad. Ya estaba acostumbrada.
—A partir de ahora, queda prohibido hablar en inglés entre nosotros —dije.
Conversé en francés con el fin de averiguar su nivel: resultó ser desesperante. Lo más grave era su pronunciación: si no hubiera sabido que Rinri me estaba hablando en francés, podría haberlo confundido con un pésimo principiante de chino. Su vocabulario era desalentador, su sintaxis reproducía defectuosamente la del inglés, que parecía tomar como absurda referencia. No obstante, estaba cursando tercero de francés en la universidad. Eso me confirmó el fracaso absoluto de la enseñanza de idiomas en Japón. Llevado a esos extremos, aquello ya no podía calificarse de insularidad.
El joven debía de ser consciente de la situación, ya que no tardó en excusarse y, a continuación, en callarse. No podía admitir aquel fracaso, así que intenté que hablara de nuevo. En vano. Mantenía la boca cerrada como si quisiera esconder unos dientes poco agraciados. Estábamos en un callejón sin salida.
Entonces me puse a hablar en japonés. No lo había practicado desde los cinco años, y los seis días que llevaba en el país del Sol Naciente, después de una ausencia de dieciséis años, no habían sido ni mucho menos suficientes para reactivar mis recuerdos de infancia de esa lengua. Así pues, le solté un galimatías pueril sin pies ni cabeza. Trataba de un agente de policía, de un perro y de cerezos en flor.
El chico me escuchó con asombro y, finalmente, se puso a reír. Me preguntó si había aprendido japonés con un niño de cinco años.
—Sí —respondí—. Y el niño era yo.
Y le conté mi trayectoria. Se la conté lentamente, en francés; gracias a una particular emoción, sentí que me comprendía.
Había logrado desacomplejarlo.
En un francés peor que malo, me dijo que conocía la región en la que había nacido y en la que habían transcurrido mis cinco primeros años: Kansai.
Él era de Tokio, ciudad en la que su padre dirigía una importante escuela de joyería. Agotado, se detuvo y acabó su café de un sorbo.
Aquellas explicaciones parecían haberle costado el mismo esfuerzo que si hubiera tenido que cruzar un río en plena crecida a través de un vado con piedras separadas cinco metros unas de otras. Me divertía verle resoplar después de aquella hazaña.
Hay que reconocer que el francés es un idioma perverso. No me habría gustado estar en la piel de mi alumno. Aprender a hablar mi idioma debía de resultar tan difícil como aprender a escribir el suyo."


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jueves, 11 de noviembre de 2010

El cebo, de José Carlos Somoza


El Cebo de José Carlos Somoza
Editorial: Plaza & Janés Editores
488 páginas
 23,90 €

Argumento:

La joven Diana Blanco actúa como cebo para atrapar peligrosos delincuentes.

Comentario (con algún Spoiler):

Quien haya leído la obra del autor quizá encontrará ciertas similitudes con otras de sus novelas, en especial "Clara y la Penumbra", con la que comparte la exploración extrema de situaciones poco convencionales (en una se utilizan a personas - casi siempre mujeres, protagonistas en ambas historias - como "cuadros", en la otra como cebos) complementada con una trama policiaca, que tiene más relevancia en "El Cebo".

La redacción mayoritaria en primera persona, al tiempo que muestra el punto de vista de Diana, centra mucho la atención en este personaje, descuidando la definición del resto, quienes son vistos únicamente desde su perspectiva y opinión. Quizá la intención del autor sea, además de hacer las vivencias de la protagonista más cercanas, informar sólo de lo que ella sabe, sobre todo de cara a los distintos golpes de efecto que se suceden a lo largo del relato, varios de ellos algo "tramposos", ya que la protagonista omite detalles que conoce, como los relacionados con lo que sucede en el último capítulo.

La novela se divide en dos partes principales. Una de ellas se ocupa de los psinomas, sus máscaras, las filias y, a partir de ahí, las consecuencias sociales y su aplicación en la resolución de crímenes, al estilo de los perfiladores que realizan retratos psicológicos de algunos psicópatas y más allá, como arma contra ellos, o el precio que pagan los cebos, que en ocasiones afecta a su salud mental. La otra comprendería los problemas de Diana, tanto familiares (su hermana menor, Vera, también quiere ser cebo profesional) como con un trabajo que intenta dejar, o la aplicación sobre el terreno de las "máscaras" en la caza de un asesino en serie dominado por su filia, apodado "El Espectador".

La parte dedicada  a la presentación y desarrollo de estos impulsos ingobernables y a explicar su relación con las obras de William Shakespeare, que supone bastante conocimiento y análisis de su trabajo, es lo más novedoso de la historia y está bastante aprovechada, aunque quien no conozca el teatro del autor quizá no capte del todo las asociaciones que se hacen, pese a los breves resúmenes que se incluyen en el texto (en ocasiones demasiado explicativos y/o insertados con poca naturalidad).  

El autor dedica la segunda mitad de la novela, más convencional que la primera, a la resolución de varias tramas de misterio y asesinatos, incluyendo pasajes de violencia y varias "sorpresas", en un crescendo de revelaciones algunas más previsibles que otras (el papel del mentor Víctor Gens...) con una inusitada acumulación de villanos, alguna "resurrección", una pormenorizada confesión (uno de los poco capítulos en tercera persona) carente de verosimilitud (un simple comentario de Diana hace que le cuente todo lo que ha hecho) o el mencionado golpe de efecto del final, del que no se han dado pista que permitan hacer una asociación mental a posteriori como sí sucede en otro de los casos, asociado al prólogo que abre la novela.

En resumen, una novela que quizá sorprenda a quien no conozca la producción anterior del autor, que intenta equilibrar la parte más "reflexiva" con la de misterio, algo convencional y tramposa en su resolución, correctamente redactada y una lectura entretenida.


*** T ***

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