lunes, 3 de junio de 2013

El sentido de un final, de Julian Barnes


El sentido de un final
The sense of an ending
Julian Barnes
Traductor: Jaime Zulaika
Editorial Anagrama
192 páginas


Argumento:

Cuando Tony recibe una inesperada herencia, el diario de su amigo Adrián, que se suicidó décadas atrás, en la juventud, su vida y sus recuerdos se ven sacudidos. No descansará hasta no averiguar la verdad, el sentido del final de su brillante y prometedor amigo...

Comentario:

Ganadora del prestigioso premio Man Booker británico, esta novela de Julian Barnes me ha recordado un poco a otras suyas como "Metrolandia" en cuanto a estructura y estilo. Tanto en una como en la otra se habla de un grupo de amigos adolescentes, preocupados por cuestiones sumamente cultas e intelectuales, aparte de las propias de su edad, cuyo desarrollo vital se nos muestra a lo largo del tiempo. En el caso de esta novela, se abarca un período mucho más extenso, llegándose hasta la jubilación del personaje principal, Tony, que nos narra en primera persona.

En realidad, se aprecian dos partes en la novela. En la primera, situada en la época de juventud, conocemos al grupo de amigos y al cuarto que se incorpora, Adrián, y que, enseguida, es mitificado por Tony. Se trata de un joven brillante, inteligente y con inquietudes filosóficas y existenciales muy profundas y un futuro prometedor (con una beca en Cambridge), que contrastan con la mediocridad de Tony. En esta parte, con ciertas semejanzas con el Bildungsroman más clásico, conocemos los primeros amores del protagonista, en especial con Verónica, una joven recatada que no le permite avances sexuales "completos". Sobre este punto, el protagonista hace reflexiones sobre las diferencias entre la vida actual y la de de los sesenta, sus sesenta, alejados de los mitificados por la cultura popular, donde la gente se comunicaba por carta, las chicas mantenían las distancias, no existían los móviles, etc.

En este periodo tienen lugar tres hechos importantes en la estructura de la obra: el suicidio de un joven, Robson, en el colegio, que es visto por los compañeros como un acto que suscita múltiples interpretaciones y explicaciones por parte de los demás, aunque se sabe que había dejado embarazada a su novia; el suicidio de Adrián, visto de forma contraria por Tony, como un acto plenamente lúcido e intelectual, filosóficamente justificado; y una visita de Tony a casa de Verónica donde conoce a su madre, su padre y su hermano Jack.
Tony especula y reflexiona sobre las afirmaciones de Adrián sobre la imposibilidad de reconstruir fielmente la Historia y lo aplica a los dos suicidios de la novela.

En la parte final, un Tony, ya maduro, jubilado y divorciado, piensa sobre su vida, sobre sus recuerdos de los amigos ya distanciados, sobre la vejez... Hasta que un día recibe una herencia inesperada: la madre de su ex novia Verónica le deja como legado el diario de su amigo Adrián. A partir de este punto, se dispara la intriga de la novela y se pone en cuestión la fiabilidad de los recuerdos y nuestro modo de memoria selectiva de aquello que resulta más doloroso o incómodo. Tony tratará de hacerse con el diario, retenido por Verónica, para reconstruir las circunstancias que rodeador a la muerte de su amigo en la flor de la juventud, y eso propiciará el reencuentro en la mujer, un personaje que siempre queda como borroso, en segundo término. En realidad, el hecho de narrar en primera persona otorga el necesario subjetivismo que exigía esta historia, donde el pasado no es lo que parece, ni tampoco el presente. Como un historiador, Tony va reconstruyendo la realidad, un tanto alejada de sus recuerdos, en base a los trozos de diario o cartas que Verónica le proporciona, sin que ella llegue a desvelar toda la verdad, que se le presentará al final de forma sorpresiva, y que hará que cambie incluso su visión sobre los hechos mitificados del pasado.

La novela está exquisitamente escrita, como no podría ser menos. Es breve y reflexiva, subjetiva, moral, quizás en algún aspecto un poco tramposa, sobre todo cuando Tony olvida selectivamente cierto documento importante para la comprensión de los hechos. También es cierto que el tema de la novela es este, la imposibilidad de recordar las cosas tal y como sucedieron a no ser que uno cuente con testimonios materiales fiables. La memoria se nos presenta como un instrumento para la manipulación de nuestra visión de las cosas y nuestra comodidad psicológica en contraste con los testimonios escritos, la palabra, que permanece y nos permite abrir una ventana al pasado. Se hace paralelismo entre la Historia y la intrahistoria de los seres que son sus actores secundarios y las diferencias entre las vidas novelescas y las reales. También se habla de la mitificación basada en el desconocimiento de los hechos, de la percepción de personas y cosas y su distorsión a lo largo de los años. Sobre todo en la parte inicial abundan las reflexiones filosóficas sobre el sentido de la vida, el amor, el sexo, la juventud y sus ideales. 

El algún momento del tramo final resulta desconcertante o desasosegante, pero pese a su perfección formal (una estructura muy bien pensada) no alcanza el estatus de obra maestra, no sé muy bien por qué. Con todo, supera la media de lo que se publica habitualmente, no siendo, no obstante, apta para devoradores de intrigas prefabricadas estilo Dan Brown. La trama es bastante sencilla, e incluso siendo novela breve, a veces parece alargada, aunque en ningún momento se me ha hecho pesada. La prosa de Barnes es profunda y al tiempo fácil de leer.

En resumen, un libro interesante, con un final que no me esperaba, lleno de instrospección y buena prosa, quizás algo repetitivo, pero no pesado.

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