miércoles, 13 de julio de 2016

El ruido del tiempo, de Julian Barnes

El ruido del Tiempo
The Noise of Time
Julian Barnes
Traductor: Jaime Zulaika
Anagrama
200 páginas


Resumen:

El compositor ruso Shostakóvich ve censurada por el régimen una de sus obras durante el mandato de Stalin en la Unión Soviética. A lo largo de los años, mantendrá unas tensas relaciones con el poder, que afectarán a su arte.


Comentario:

Esta breve novela podría calificarse como "biografía novelada" en cierto modo, ya que el personaje en el que se centra, Dmitri Shostakóvich, fue un músico ruso real, fallecido en 1975, al que yo conocía por un hecho muy concreto: la composición de una sinfonía dedicada al sitio de Leningrado, durante la II guerra mundial, la llamada Séptima Sinfonía.

Redactada con el elegante estilo de Julian Barnes, sencillo pero profundo, la obra trasciende la vida polémica y conflictiva del personaje (suponemos que con alta dosis de ficción), sometido al capricho de los gobernantes, para convertirse en una sutil pero a veces violenta diatriba contra los regímenes totalitarios, y mucho más, contra los simpatizantes de tales regímenes que no tienen que sufrirlos, por vivir en "libertad". 

La novela comienza con la anécdota de los ataques sufridos por el compositor por parte del diario oficial soviético Pravda hacia su ópera "Lady Macbeth de Mtsensk", una obra que al parecer no había gustado a Stalin, quien había abandonado el teatro durante su representación. Tales ataques solo son la antesala de la prohibición. 

Para las personas que hemos vivido en democracias se hace difícil entender la vivencia de la gente bajo regímenes totalitarios como el soviético, e incluso muchas de las situaciones que se muestran en el libro, nos resultan un poco ridículas (exámenes de ingreso en instituciones musicales donde hay que aprobar un apartado de teoría marxista). Shostakóvich es víctima del capricho del supremo gobernante (Stalin) y de las consignas del partido y de la ideología dominante, que califican de burguesas y caóticas sus obras, antirrusas, pesimistas, pese a ser considerado al tiempo, uno de los mejores compositores del siglo XX, y ser utilizado como propaganda por el poder, como muestra del éxito de su ideología, por lo cual recibía ciertas prebendas tales como un chófer y una dacha (casa de campo). 

Barnes nos dibuja con tino la persecución y presión psicológica, y a veces esquizofrénica a la que era sometido, con la asignación de un tutor, por ejemplo, así como diversos episodios donde se muestra el conflicto de Dmitri por no ser capaz de luchar contra esa atroz máquina de destruir personas y la limitación que imponián a su arte. En cierto modo, se nos muestra un hombre que vende su alma al diablo para sobrevivir y poder seguir creando, aunque no lo que le gustaría, y que, gracias a ese pacto vive mejor que los demás, en una situación privilegiada, sin quejarse y aceptando, finalmente, después de mucho resistirse (en la novela), la afiliación al propio Partido. Al parecer, es un tema polémico el de si el compositor era un disidente o un adepto del régimen, pero en la obra de Barnes se toma el punto de vista de un hombre crítico con el sistema pero cobarde y en cierto modo atormentado por ello.

Dada la naturaleza de la novela (que es casi no ficción) y su brevedad, a veces he tenido la impresión, durante su lectura, de que faltaba algo, o que se trataba de una obra menor. Lo más destacable, aparte de la prosa, es ese trasfondo crítico y la exposición de los diversos conflictos encarnados en el personaje concreto pero extrapolables a todo el género humano: arte contra poder (¿El arte al servicio de las masas, del pueblo, de la revolución?), individuo contra el estado, conformismo contra valor para rebelarse... 

La obra no excluye un cierto humor, muy sutil, que aún pone  más en evidencia lo ridículo de los totalitarismos, el carácter arbitrario de sus políticas y las justificaciones con las que intentan sustentar decisiones que no se sostienen desde un punto de vista lógico. Resulta gracioso que al final de su vida, ya en época de Jruschev, con una mayor apertura del régimen, los comunistas se den cuenta de que en efecto habían prohibido obras de su autor estrella, y se den prisa para recuperarlas. 

En resumen, una obra interesante, fácil de leer, pero al tiempo de bastante calado ideológico, que, no obstante, me da la impresión de que se queda corta y muy lejos de ser una obra redonda. El eterno conflicto entre la libertad individual en todas sus facetas y el poder que rapiña al individuo sus logros y su vida entera. ¿A quién pertenece el arte? 

Fragmentos de la obra:

"El arte es el susurro de la historia que se oye por encima del ruido del tiempo. El arte no existe por amor al arte: existe por el bien de la gente. Pero ¿qué gente, y quién la define? Él siempre pensó que su arte era antiaristocrático. ¿Escribía, como sus detractores sostenían, para una élite burguesa y cosmopolita? No. ¿Escribía, como sus detractores querían, para el minero de Donbass fatigado de su turno de trabajo y necesitado de un reposo tranquilizador? No. Escribía música para todos y para nadie. La escribía para quienes más apreciaban la música que escribía, sin tener en cuenta su extracción social. La escribía para los oídos que podían escucharla. Y sabía, por consiguiente, que todas las definiciones verdaderas del arte son circulares, y todas las definiciones falsas"


"¡Qué fácil era ser comunista cuando no vivías bajo el comunismo! Picasso se había pasado la vida pintando sus mierdas y aclamando al poder soviético. Pero Dios no quiera que cualquier pobre artistilla sometido a la férula soviética intente pintar como Picasso. Era libre de decir la verdad: ¿por qué no lo hizo en nombre de quienes no podían? En vez de eso, vivía como un hombre rico en París y en el sur de Francia pintando una y otra vez su repugnante paloma de la paz. Él aborrecía aquella puñetera paloma. Y aborrecía la esclavitud de las ideas tanto como la esclavitud física."


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miércoles, 6 de julio de 2016

El crimen de Orcival, de Émile Gaboriau

T.O.: Le crime d'Orcival (1868)
Editorial: DÉpoca, 2015
Traducción: Eva María González
Ilustraciones: Iván Cuervo y Jules Guerin
450 páginas
24,90 €

Argumento:

Tras el hallazgo de un cadáver en los terrenos del  Castillo de Valfeuillu, llega  un policía especial de la Sûreté de París, el inspector Lecoq, quién, con la colaboración de Plantat, juez de paz de Orcival, se hace cargo de la investigación del caso.

Comentario:

«El crimen de Orcival» se divide en tres partes bien diferenciadas: la primera relata lo ocurrido, se muestran las pruebas y se llega a ciertas conclusiones, la segunda, un flashback, cuenta lo que en realidad sucedió antes del crimen que da inicio a la historia, y en la tercera se resuelve el misterio.

El interés por seguir cada una de estas partes es irregular. Quienes hayan leído muchas novelas de misterio no encontrarán dificultad en deducir la identidad del personaje que ha cometido el asesinato, pese a los intentos del autor y los principales investigadores (el policía parisino Lecoq y el juez de paz Plantat) de distraer la atención, al comienzo, hacia otras posibilidades.

Es posible incluso que el relato de los diferentes recorridos por el castillo, mostrando y analizando las pruebas y las conclusiones similares a las que llegan ambos hombres, pueda resultar demasiado prolijo e incluso repetitivo en algunos pasajes, dedicados más a mostrar las personalidades de Lecoq y Plantat que a aportar datos relevantes para la resolución del asesinato.

Quizá sea la segunda parte, el largo flashback en el que se detalla la relación entre Berthe, Clément y Hector, la más interesante, aportando nuevos datos y matices a lo contado con anterioridad. El relato profundiza en la psicología de los tres personajes y en la batalla que se establece entre ellos en un tono caracterizado por la exacerbación de las emociones y una atmósfera opresiva que logra capturar la atención pese a conocer buena parte de lo sucedido.

En cuanto a los personajes, aunque el protagonista es Leqoc, quien, como se indica en la introducción, es habitual en la obra del autor y está basado en Eugène-François Vidocq, no es el mejor caracterizado, centrándose sobre todo en un afán de anonimato y una habilidad para disfrazarse que en la actualidad no son tan originales como quizá lo fueron cuando se publicó de la novela.

El juez de paz Plantat tiene muchos más matices emocionales y psicológicos, es menos convencional y despierta mayor interés, si bien son Berthe, Clément y Hector los más complejos e interesantes, destacando los cuatro sobre el resto, secundarios que se limitan a cumplir el papel asignado para el avance de la historia.

En resumen, «El crimen de Orcival» es una novela de desarrollo irregular, más previsible de lo que pretende, que puede hacerse lenta y aburrida en algunos pasajes y entretenida e interesante en otros, incluso precipitada, aunque no carente de interés.


***T***


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